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Milagros Corcuera

Finales, además de comer perdices...

Si le preguntás a algún maestro o alguna lectora empedernida, seguro que te pueden contar el comienzo de una historia famosa. "Había una vez..." pero también "En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme..." o "En un agujero en el suelo vivía un hobbit.": los cuentos están plagados de principios famosos que sitúan un lugar, un tiempo o presentan un personaje o una situación. Pueden ser más tradicionales, o menos convencionales, cosas muy originales y comienzos que revolucionaron la literatura. Pero toda historia tiene que empezar por algún lado.





Y así como comienzan los cuentos, también terminan: "todo tiene su final". El escritor italiano Gianni Rodari quiso jugar y ofreció tres finales distintos en su libro cuentos para jugar. Por ejemplo, en su versión moderna del Flautista de Hammelin -donde la ciudad es invadida por automóviles, en vez de roedores- propone tres terminaciones, para que el lector elija la correcta:


"Los coches corrían desde todos los puntos de la ciudad, con un inaudito estruendo de motores, tubos de escape, bocinazos, sirenas, claxon… Corrían, corrían solos. Pero si se prestaba atención, se habría oído bajo el estruendo, aún más fuerte, más resistente que él, el silbido sutil de la flauta, su extraña, extraña melodía…



PRIMER FINAL

Los automóviles corrían hacia el río. El flautista, sin dejar nunca de tocar, los esperaba en el puente. Cuando llegó el primer coche —que por casualidad era precisamente el del alcalde— cambió un poco la melodía, añadiendo una nota más alta. Como si se tratara de una señal, el puente se derrumbó y el automóvil se zambulló en el río y la corriente lo llevó lejos. Y cayó el segundo, y también el tercero, y todos los automóviles, uno tras otro, de dos en dos, arracimados, se hundían con un último rugido del motor, un estertor de la bocina, y la corriente los arrastraba. Los niños, triunfantes, descendían con sus pelotas por las calles de las que habían desaparecido los automóviles, las niñas con las muñecas en sus cochecitos desenterraban triciclos y bicicletas, las amas de casa paseaban sonriendo. Pero la gente se echaba las manos a la cabeza, telefoneaba a los bomberos, protestaba a los guardias urbanos. —¿Y dejan hacer a ese loco? Pero deténganlo, caramba, hagan callar a ese flautista. —Sumérjanlo a él en el río, con su flauta… —¡También el alcalde se ha vuelto loco! ¡Hacer destruir todos nuestros hermosos coches! —¡Con lo que cuestan! —¡Con lo cara que está la manteca! —¡Abajo el alcalde! ¡Dimisión! —¡Abajo el flautista! —¡Quiero que me devuelvan mi coche! Los más audaces se echaron encima del flautista pero se detuvieron antes de poder tocarlo. En el aire, invisible, había una especie de muro que lo protegía y los audaces golpeaban en vano contra aquel muro con manos y pies. El flautista esperó a que el último coche se hubiera sumergido en el río, luego se zambulló también él, alcanzó la otra orilla a nado, hizo una inclinación, se dio la vuelta y desapareció en el bosque.


SEGUNDO FINAL

Los automóviles corrieron hacia el río y se lanzaron uno detrás de otro con un último gemido del claxon. El último en zambullirse fue el coche del alcalde. Para entonces la plaza mayor ya estaba repleta de niños jugando y sus gritos festivos ocultaban los lamentos de los ciudadanos que habían visto cómo sus coches desaparecían a lo lejos, arrastrados por la corriente. Por fin el flautista dejó de tocar, alzó los ojos y únicamente entonces vio a la amenazadora muchedumbre que marchaba hacia él, y al señor alcalde que caminaba al frente de la muchedumbre. —¿Está contento, señor alcalde? —¡Te voy a hacer saber lo que es estar contento! ¿Te parece bien lo que has hecho? ¿No sabes el trabajo y el dinero que cuesta un automóvil? Bonita forma de liberar la ciudad… —Pero yo… pero usted… —¿Qué tienes tú que decir? Ahora, si no quieres pasar el resto de tu vida en la cárcel, agarras la flauta y haces salir a los automóviles del río. Y ten en cuenta que los quiero todos, desde el primero hasta el último. —¡Bravo! ¡Bien! ¡Viva el señor alcalde! El flautista obedeció. Obedeciendo al sonido de su instrumento mágico los automóviles volvieron a la orilla, corrieron por las calles y las plazas para ocupar el lugar en el que se encontraban, echando a los niños, a las pelotas, a los triciclos, a las amas de casa. Todo volvió a estar como antes. El flautista se alejó lentamente, lleno de tristeza, y nunca más se volvió a saber de él.


TERCER FINAL

Los automóviles corrían, corrían… ¿Hacia el río como los ratones de Hammelin? ¡Qué va! Corrían, corrían… Y llegó un momento en el que no quedó ni uno en la ciudad, ni siquiera uno en la plaza mayor, vacía la calle, libres los paseos, desiertas las plazuelas. ¿Dónde habían desaparecido? Aguzad el oído y los oiréis. Ahora corren bajo tierra. Ese extraño joven ha excavado con su flauta mágica calles subterráneas bajo las calles, y plazas bajo las plazas. Por allí corren los coches. Se detienen para que suba su propietario y reemprenden la carrera. Ahora hay sitio para todos. Bajo tierra para los automóviles. Arriba para los ciudadanos que quieren pasear hablando del gobierno, de la Liga y de la luna, para los niños que quieren jugar, para las mujeres que van a hacer la compra. —¡Qué estúpido —gritaba el alcalde lleno de entusiasmo—, que estúpido he sido por no habérseme ocurrido antes! Además, al flautista le hicieron un monumento en aquella ciudad. No, dos. Uno en la plaza mayor y otro abajo, entre los coches que corren incansables por sus galerías."


"El Flautista y los Automóviles", Cuentos para jugar, Gianni Rodari.



 

Pablo Bernasconi, autor e ilustrador argentino, hizo un libro llamado Finales donde ilustró, con su técnica mezclada de collage manual y digital, distintos famosos finales de la literatura. Acá, algunos de ellos.



Los finales en cambio deparan otros placeres. Es el momento donde una historia se cierra o un misterio se devela. Y demasiadas veces es, además, una mezcla de felicidad y zozobra. Porque lo que sigue es una página en blanco, y el libro que queríamos terminar y no queríamos que terminara, ha terminado. Pero sobre todo es el instante donde un mundo de imaginación se completa, y donde sellamos un pacto con una historia y una escritura que sabemos nos acompañara para siempre.

Contratapa de Finales, de Pablo Bernasconi.



Final de Moby Dick, de Hermann Melville, junto a la ilustración de Bernasconi.

“Entonces, pequeñas aves volaron gritando sobre el abismo aún entreabierto; una tétrica rompiente blanca chocó contra sus bordes abruptos; después, todo se desplomó, y el gran sudario del mar siguió meciéndose como se mecía hace cinco mil años”.


Final de El viejo y el mar, de Ernest Hemingway, ilustración de Bernasconi.

"Allá arriba, junto al camino, en su cabaña, el viejo dormía nuevamente. Todavía dormía de bruces y el muchacho estaba sentado a su lado contemplándolo. El viejo soñaba con los leones marinos."


Final del Martín Fierro, de José Hernández. Ilustración de Bernasconi.


"Pero ponga su esperanza

En el Dios que lo formó,

Y aquí me despido yo

Que he relatao á mi modo

Males que conocen todos

Pero que naides contó."


Un final es el cierre de una historia: termina un libro, un cuento, o un poema y algo de ese espíritu se queda con nosotros y nos hace suspirar: cuando todavía guardamos el recuerdo de ese mundo por un rato más.

¿Recordarás la próxima vez que escribas, que hay muchos más finales que comer perdices?


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